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Actos de libertad: pensando en clave electiva*
Ponencia inédita presentada en el
III Congreso Iberoamericano de Pensamiento.
Holguín, 2006.

ACTO PRIMERO: ÍNTIMA LIBERTAD
Estamos demasiado acostumbrados -patrones culturales por medio- a las manifestaciones físicas de la audacia.
Yo no pretendo una ingenua exaltación a priori de la actitud contemplativa -por sí mismo el pensar supone un
hacer pluridimensional que lo complemente y le dé existencia en el mundo material-, sino una reflexión íntima
en torno al siguiente problema: hasta dónde el principio de toda emancipación radica en un primer acto de
liberación interior. El fundamento lo ofrece la historia de nuestro pensamiento, cuya lección primera y mayor
parece ser, en efecto, que si no somos libres en el pensar, sencillamente no somos libres.
Que no hayamos creado sistemas, doctrinas o modelos de pensamiento que hayan llenado épocas en la historia
universal, no es un argumento en contra. En buena lid, en el caso cubano, parece ser la clave de todo. A
diferencia de otros pueblos en algunas etapas históricas, no hemos pretendido la suma definitoria del
conocimiento humano. En nuestro fuero interno, hemos sido lo suficientemente libres para no aspirar a ello, y es
posible que haya sido lo mejor para todos. Sería magnífico que siguiera siendo así en el futuro, porque ello
implica el reconocimiento de la singularidad e irrepetibilidad de esa escurridiza cualidad que llamamos lo
cubano, inaprensible con frecuencia para ese otro, también singular e irrepetible, proveniente de cualquier lugar
del mundo.
.
No se entienda lo anterior como una apología de la incomunicación, o la negación de un fondo de valores
comunes a la humanidad y por tanto susceptibles de servir de fundamento a los más disímiles proyectos sociales,
políticos o culturales. Tampoco -¡mucho menos!- como un ejemplo más de esa recurrente inclinación a la
postura Cuba=ombligo del mundo que por momentos lacera nuestra integridad de pueblo. Es mucho más
sencillo. Es una posición de humildad sustentada por la convicción de que no es posible inventar lo que siempre,
como grupo humano, hemos rechazado: los grandes sistemas de pensamiento que pretenden explicarlo todo, así
sea en sus versiones originales o en trasnochadas interpretaciones de apologetas.
Pero vayamos a lo esencial, a la importancia del acto electivo como fundamento de libertad, entendido como
posibilidad de asumir una de las opciones viables en un momento dado. Es ingenuo presuponer una libertad
absoluta de elección, ajena al estado concreto de la sociedad, la cultura, la política, la economía. El entramado
profundamente complejo de una comunidad, sin dudas, condiciona la elección. Cada punto de partida genera un
espectro de opciones, más o menos amplias, más o menos viables, y puede darse por demostrado -si la historia
en realidad demuestra algo- que son muy raros, casi inexistentes en realidad, los casos en que sólo era posible
hacer lo que se hizo y del modo en que se hizo. Por lo demás, las vías por las cuales unas variantes se imponen
sobre otras se definen a partir de una multicausalidad ya hoy comúnmente aceptada por la comunidad de
estudiosos de las sociedades humanas. Pero también sabemos que todo lo que el ser humano es capaz de crear,
en cualquier ámbito, es primero pensado. Lo son los proyectos sociales, y para entenderlos, en el caso cubano, es
imprescindible comprender las claves de nuestro modo de pensar, que son claves electivas. Que es decir, de
libertad.
ACTO SEGUNDO: LA APELACIÓN A LOS ORÍGENES

Los cubanos acudimos con asiduidad a la historia como argumento para validar o deslegitimar opiniones y
proyectos. Si le concedemos, como nación, una importancia tan significativa al pasado, amerita sin dudas
remitirnos a él para rastrear los orígenes de lo que nos ocupa, inserto en lo específico de lo cubano, y por tanto
incomprensible fuera de una historia que lo justifica y confirma. La historia -dejemos clara nuestra posición- no explica todo el presente, del mismo modo que no es tribunal de última instancia en relación con los actos humanos, pero sin dudas ayuda a entenderlo. Debemos ser conscientes de que hay un requerimiento implícito de libertad en los orígenes mismos del pensamiento cubano, tanto como de que la genealogía de ese pensamiento es anterior a la fundación de nuestros primeros colegios y seminarios, a la Universidad dominica y a todo centro educacional de importancia en nuestra historia. Comienza con el imaginario de la conquista y el que se forma en la sucesión de difíciles décadas en que a lo largo de los primeros siglos coloniales surge lo criollo como expresión integral de un modo de vida y de una sensibilidad irrepetible. A vivir en esta tierra -en toda América, claro, pero hablamos de Cuba- hubo que aprender, y no había antecedentes realmente válidos. Hubo que readecuar la experiencia europea, asimilando aquello, lo poco, que demostró ser útil y recreando las fórmulas de supervivencia. En resumen, hubo que elegir lo viable en un proceso complejo, doloroso y a la larga fructífero. Lo que se ha dado en llamar tradición electiva del pensamiento cubano es la racionalización de ese principio, que no es sino un principio de libre elección, alimentado por el recelo racionalista hacia el magister dixit de los escolásticos. Aunque particular, ese proceso racionalizador resulta incomprensible sin las similitudes que se observan en la crítica ilustrada ejercida a todo lo ancho del imperio español, que sentó las bases comunes para la necesaria emancipación del pensamiento, que en América preludia la emancipación política. El primer acto de libertad fue elegir la elección, enfrentar el principio escolástico de autoridad, del no cuestionamiento del saber trasmitido y de la estricta reglamentación silogística del camino hacia el conocimiento. En España, buena parte del siglo XVIII está marcada por una actitud crítica hacia la situación económica, social y cultural en la monarquía. De sus muchas singularidades, sólo mencionaré una: el papel desempeñado por la Iglesia Católica, que no sólo desconoce la crítica destructiva a que fue sometida por los ilustrados franceses, sino que, debido a su particular posición como patrimonio indiscutido e indiscutible de la hispanidad, genera en su propio seno la polémica y la inquietud social y política. En ello está el origen de lo que ha dado en denominarse cristianismo ilustrado, ilustración cristiana, o modernidad tradicional, actitud iniciada tal vez por Benito Jerónimo Feijoo, aquel fraile benedictino que demostró para todo el siglo que la Ilustración podía conciliarse con las bases ideológicas de la monarquía. En América, las primeras manifestaciones nítidas -débiles, en términos generales- de la actitud ilustrada como reclamo de renovación del pensamiento se dan en la crítica a la escolástica y la defensa de la libertad de elección -eclecticismo en términos de la época, que no es idéntico a lo que después se ha entendido por tal- contra el principio de autoridad. Es posible constatarlos por doquier a finales del siglo XVIII, aunque ya en 1754, fuera de los dominios españoles, los jesuitas del colegio de Sao Paulo de Braga declaraban su preferencia por la escuela de los eclécticos, surgidos un siglo después del nacimiento de Cristo, porque tomaba lo mejor de cada una de las otras escuelas. En cuanto a Cuba, todavía queda mucho por conocer. Tal vez las primeras brechas en el edificio escolástico fueron abiertas por los profesores del flamante colegio jesuita San José, desaparecido en 1767 tras la expulsión de la orden. De lo que sí no hay dudas es que fue el obispo Santiago José de Hechavarría, criollo santiaguero por su nacimiento, quien en los Estatutos del Seminario de San Carlos, redactados en 1769, orientó a los futuros profesores no “jurar la opinión” de los autores que utilizarían en sus clases, sino enseñar aquello que les pareciera más conforme a la verdad. En las propias aulas del Seminario tomó cuerpo la fórmula liberadora, años después, en las lecciones del padre José Agustín Caballero. Él fue el primero en introducir el racionalismo cartesiano y el sensualismo -no en la variante extrema de un Locke o un Condillacen la enseñanza de la filosofía en Cuba.
Con vocación de empresa inmediata, Caballero escribe su Philosophia electiva y bautiza, sin pretenderlo, la
actitud intelectual más genuinamente cubana, que no es la de los devaneos especulativos, sino la de la
reelaboración y reinterpretación de los sistemas de pensamiento que ofrece una época y que, en sus variantes
originales, no eran suficientes para comprender, interpretar y transformar la realidad cubana. En definitiva, es
eso lo que pretende Caballero y toda la generación reformista de la que formó parte. El profesor del Seminario
plantea, como ningún otro en su momento, la alternativa de la liberación del espíritu como condición de toda
emancipación posterior. Sin ello, no se podría entender el concepto en que Martí tuvo su magisterio.
Aquí es necesario que nos detengamos un momento,
para una aclaración que no parece superflua. Sólo las
circunstancias posteriores de confrontación ideológica -
que se da a muchos niveles diferentes- han determinado
la difusión del término electivo para identificar la
tradición que nos sirve de hilo conductor, adopción
legítima en tanto disuelve la inoperancia de lo ecléctico
como simple agregado de fragmentos de sistemas,
escuelas y doctrinas con que se ha pretendido
caracterizar el pensamiento y la filosofía cubana y
latinoamericana en diferentes épocas. Lo ecléctico, en
el siglo XVIII y primeras décadas del XIX -tal como se
entendió de este lado del Atlántico definía no sólo la
libertad de elección, sino de readecuación de los
sistemas europeos a la realidad americana, pasados por
el prisma ilustrado de la razón y la experiencia. Esa es
la posición de Luz y Caballero a finales de los años 30
y comienzos de los 40 del siglo XIX, cuando ataca a los
valedores tropicales de Cousin, pero lo que defiende es
la verdadera posición ecléctica, la de su maestro Varela
y su tío José Agustín. No utiliza nunca el término
electivo, que no es recuperado hasta el siglo XX y que
nos sirve para deslindarnos de la actualmente
predominante administración de lo ecléctico como algo
carente de unidad orgánica y expresión, por tanto, de
una cierta incapacidad creativa. Ergo, lo que definimos
y defendemos hoy como electivismo, equipara al eclecticismo que pudiéramos llamar positivo de los fundadores
del pensamiento latinoamericano.
Este electivismo maduró en Varela, que lo elevó a cimas que estuvieron vedadas a su maestro en el Seminario,
pero ambos descubrieron -aunque en su época no sólo ellos lo practicaron- el modo en que el universo del
Contrato Social y el Derecho Natural podía ampliar sus horizontes para aquilatar las realidades del mundo
colonial español. Tras ellos, de un modo u otro, en las ciencias naturales, en el arte, en la política, en la literatura,
la actitud electiva ha sido omnipresente en nuestra historia. Y allí donde fue honesta, allí donde no se plegó a
veleidades o a intereses estrechos, produjo lo más perdurable y autóctono de lo cubano. De hecho, en presencia
de esta condición, nos otorgó una personalidad definida ante todo por la actitud crítica ante los sistemas y
patrones culturales e ideológicos en boga, con independencia del credo predominante en grupos o pensadores.
ACTO TERCERO: EL PELIGRO Y LAS TRAMPAS

Estos son los orígenes, pero ellos nos hablan de una actitud, de una predisposición si se quiere, no de inmunidad
ante los peligros y las trampas. Los peligros que emanan de las contradicciones sociales; las trampas que, en
ciertos momentos, se agazapan tras la incertidumbre para ofrecer compensaciones ilusorias También en etapas en
que una construcción ideológica parece triunfar en toda la línea emergen peligros y trampas. En realidad, no es
posible establecer un patrón convincente que excluya algunas situaciones: los fundamentalismos siempre pueden
mostrar su rostro, aún cuando se confíe en que no es posible y, a veces, por ello mismo. Pensemos cuánto
fundamentalismo político, social, ideológico, cultural, albergan las orgullosas democracias occidentales contemporáneas. Pensemos en lo ocurrido al marxismo, que algunas mentes convirtieron en increíble refugio de la más rancia escolástica. Pensemos, en resumen, que todos los sistemas de pensamiento, potencialmente, portan la posibilidad de absolutizar, sobredimensionar, exacerbar sus fundamentos. No es extraño, entonces, que elegir se convierta con frecuencia en un ejercicio complicado, en materia de pensamiento como en todas las otras. No sólo por todo lo anterior, sino porque además exige, en la actualidad, un esfuerzo intelectual mucho más considerable que en el siglo XIX. De entonces a acá el conocimiento, en todas las ramas, se ha multiplicado de manera fabulosa. El mundo de hoy es infinitamente más complejo, lo unen hilos enmarañados, y por desgracia solemos ser bombardeados por información tendenciosa y tergiversada. Antes, los medios para influir -convencer en última instancia- sobre el individuo o la comunidad eran muy limitados. La palabra, expresada por escrito u oralmente, tenía el privilegio casi exclusivo. Hoy la mayoría de las personas ni siquiera imaginan el riquísimo arsenal de medios con que se condicionan sus actitudes, del nacimiento a la Ejercitar la capacidad de tumba. El nivel real de incertidumbre aparece además enmascarado
elegir lo que
por la falsa objetividad con que los medios difunden la información. consideremos más adecuado De hecho, debemos ser conscientes de que una de las claves básicas
a nuestras necesidades del poder en el mundo contemporáneo es la manipulación de las
–necesidades de la vida
mentes, y la gran mayoría es, de un modo u otro, objeto de ella. cotidiana tanto como de
Este es un hecho primario a considerar. Para los cubanos de hace la reflexión teórica del
más alto vuelo- debe ser ciento cincuenta años no había dudas acerca de la superioridad del
siempre un acto
sistema político y económico norteamericano en comparación con consciente que supere la el de la decadente monarquía española. Se podía ser o no ser
inercia cotidiana,lo
anexionista, pero ni siquiera José Antonio Saco lo ponía en duda. que se da por
Hoy en día la elección no es tan simple, so pena de pecar por establecido, lo que
ingenuidad. A lo largo del último siglo y medio nos han ocurrido, parece inmutable.
como pueblo, muchas cosas. Si optáramos por disimular los matices, diríamos que unas fueron buenas y otras malas. Pero ya hoy es una perogrullada afirmar que lo realmente importante es que logremos comprender por qué ocurrieron, cuáles fueron las razones por las que elegimos una u otra dirección, y cuándo fuimos privados, por la imposición, de la posibilidad de elegir. Esto último también es importante, en tanto está claro que la República largo tiempo pensada e intuida por los cubanos no incluía nada similar a la Enmienda Platt y las limitaciones de soberanía que ella implicaba y, sin embargo, al nacer en 1902 fue aceptada por muchos como un mal menor a la continuación de la presencia directa norteamericana. También es evidente que el proyecto revolucionario y socialista de los años 60 del siglo pasado sufrió en la década siguiente readecuaciones importantes, bajo el influjo de factores internos y externos de presión. En ambos casos, intereses foráneos -de diversa índole, ciertamente, pero ajenos a nuestros intereses nacionales bien entendidos resultaron beneficiados. La agudización de las contradicciones inherentes a la contemporaneidad, diseñada con frecuencia en esquemas de enfrentamientos clasistas bastante alejados de la comprensión que Marx tenía del problema, se ha reflejado en un debilitamiento de la actitud electiva tal como se ha intentado definir más arriba, disminuyendo nuestra habilidad crítica como capacidad de discriminar en el flujo constante de propuestas sociales, económicas, culturales y políticas que recibimos del mundo que nos rodea. No es un fenómeno sólo de las últimas décadas y no puede aislarse de la enajenación característica del hombre actual en casi cualquier lugar del mundo. Nuestra percepción es fragmentaria y, en buena medida, inducida, con independencia del emisor y sus intenciones. Los sucesivos fracasos de la mayor parte de los modelos socioeconómicos y políticos que han intentado resolver los gravísimos problemas del último siglo de historia y el instinto de supervivencia ante los poderes que hoy, lastimosamente, campean por su respeto sobre el planeta, han reforzado la máxima de que el fin justifica los medios. Resulta difícil ubicarse correctamente en el entramado social, y por tanto elegir deviene con mucha frecuencia no un acto de inteligencia y honestidad, sino de habilidad, conveniencia y, muchas veces, de adaptación pasiva a las características del medio. Esto se ha hecho evidente, sobre todo, en los últimos 10 a 12 años, acompañado del debilitamiento del sentido de responsabilidad colectiva por las decisiones más importantes que atañen a la sociedad, en tanto ellas, en la práctica, se asumen como función ajena a esta misma entidad. Vienen, “de arriba”, y eso nos libera de la carga del pensar mientras corroe el principio electivo.
ÚLTIMO ACTO: ¿Y TODO ESO PARA QUÉ SIRVE?

Se cuenta que una pregunta como ésta, lanzada sin ambages por un discípulo, sirvió de acicate al padre Varela
para decidirse a barrer todo lo inútil que, a su juicio, impregnaba los estudios de filosofía en el Seminario de San
Carlos a comienzos del siglo XIX. Y el cuestionamiento es válido, porque el principio de utilidad -tal como lo
defendían José de la Luz y Caballero y el presbítero Francisco Ruiz a finales de la década de 1830 ante los
hermanos González del Valle- ha ido siempre de la mano del electivismo como fundamento del pensamiento y
también de la vida cotidiana en Cuba. En primer término, debemos ser conscientes de la cuota de incertidumbre
que entraña cualquier visión de futuro, al menos a mediano plazo. Es una realidad planetaria que tiene sus
manifestaciones concretas en Cuba. La cuestión es si estamos realmente preparados para reaccionar ante estas
realidades en las muy diversas dimensiones de conflicto que se nos presentarán. Personalmente, pienso que
puede responderse desde dos posiciones, y ambas reflejan una parte de la verdad. Por un lado, coyunturalmente
tal vez no estemos preparados. Nuestro pensamiento hace ya mucho que se mueve, en lo fundamental, bien por
la vía oficial, bien por la vía opuesta. Y salvando algunas excepciones, se ha perdido la amplitud de miras que
caracterizó la recepción de los sistemas de ideas y doctrinas en los orígenes de nuestro pensamiento nacional.
Por otro lado, existe una tradición latente, y en potencia es perfectamente posible rescatarla. La labor ya se ha
emprendido, aunque a veces no lo notemos. Mientras más conozcamos nuestro pasado, y con él la historia de
nuestro pensamiento, más cerca estaremos de poder discernir dentro del caos que parece reinar en el orbe, a
partir de lo que realmente forma nuestras raíces culturales -e intelectuales- más arraigadas.
Valorando la obra de los fundadores, se comprende que elegir la elección, que es elegir la libertad, fue en ellos
un acto de valor extraordinario, pues aunque el entorno socioeconómico, político y cultural de la época
condicionó la renovación intelectual y pedagógica en Cuba, la opción es muy íntima y generó en cada uno de
ellos determinados conflictos. Por demás, eran tan inevitables entonces como lo son en la actualidad. Ejercitar la
capacidad de elegir lo que consideremos más adecuado a nuestras necesidades -necesidades de la vida cotidiana
tanto como de la reflexión teórica del más alto vuelo- debe ser siempre un acto consciente que supere la inercia
cotidiana, lo que se da por establecido, lo que parece inmutable. Es, ante todo, ejercitar la posibilidad de elegir lo
correcto y ponerlo en práctica superando las dificultades que puedan surgir en el camino. Es el acto primigenio
de la elección, en resumen, un acto de audacia y un examen de ética. Como pueblo, hemos salido airosos en
ocasiones, en otras, no tanto. Siempre será así, pero hemos de seguir arriesgando y escoger, entre lo que nos
ofrece cada época, lo que nutre nuestro afán de justicia, nuestros proyectos sociales y ¿por qué no?, nuestra
utopía infinita.
* Elegí escribir este pequeño ensayo sin referencias.El lector sabrá, comprenderá o adivinará que hay ideas de que me
apropio, que no son mías, pero prefiero, en aras de utilizar las cuartillas, que salgan sin el lastre de las notas, que me culpen
de todas. Si alguien se sintiera incómodo porque se reconoce en algo, siempre podré acudir al expediente postmoderno, que
se alimenta de intertextualidad, homenaje…,
nunca de plagio.

Source: http://espaciolaical.org/contens/09/0990.pdf

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